Cuando alguien ha decidido pedir ayuda

Hay un momento en la vida de todo adicto en el que el silencio se vuelve insoportable. Ese punto en el que la mentira ya no alcanza para calmar la culpa, ni la sustancia logra callar el vacío. Durante mucho tiempo, esa persona se creyó dueña del control: “yo puedo dejarlo cuando quiera”, “no es tan grave”, “todos tenemos algo”, “No le hago daño a nadie”. Se convenció de que todavía era funcional, de que su vida, aunque deteriorada, aún seguía en pie. Pero poco a poco, sin notarlo, el abismo fue ganando terreno.

MOISES MONTES

10/4/20252 min read

La adicción tiene un lenguaje propio. Es sutil, paciente, envolvente.
Primero te susurra que la necesitas para rendir mejor, para relajarte, para olvidar, para pasarla bien.
Después, te convence de que sin eso no puedes vivir.
Y cuando intentas escapar, ya no eres tú quien decide: es la adicción la que piensa, habla y actúa por ti.

La vida se va fragmentando lentamente: la familia se distancia, el trabajo se resiente, tu economía se va a pique, el cuerpo se apaga, el alma se encoge. Pero el autoengaño sigue ahí, disfrazado de orgullo.
La mente fabrica excusas con precisión quirúrgica:
“Solo por hoy.”
“Después de este fin de semana.”
“Cuando me estabilice.”
“Yo no soy como los demás.”

Así, pasa el tiempo. Los días se confunden con las noches y la vergüenza se vuelve una prisión invisible.
Vergüenza de que te vean débil.
Vergüenza de que sepan la verdad.
Vergüenza de admitir que ya no puedes más.

Y sin embargo… en medio de la oscuridad, algo adentro empieza a latir distinto.
Un susurro apenas perceptible que dice: “Basta.”
No grita. No exige. Solo pide ser escuchado.
Ese instante, cuando una persona, rota pero aún viva, decide pedir ayuda, es el verdadero renacer.
No es debilidad.
Es el primer acto de humildad.
Y sobre todo, el primer acto de amor propio después de años de autodestrucción.

Pedir ayuda no es rendirse, es rendir las armas ante uno mismo.
Es reconocer que el orgullo no cura, que la fuerza no está en resistir sino en soltar.
Es el comienzo de una transformación profunda, porque solo quien se atreve a mirarse con verdad puede reconstruirse.

A veces pedir ayuda no significa entrar a un centro de rehabilitación, ni contárselo a todos.
A veces significa simplemente decir: “Ya no quiero vivir así.”
Significa levantar la mirada, tomar el teléfono, escribir un mensaje, o tocar una puerta.
Y con ese gesto, imperceptible para el mundo, el universo entero se mueve a tu favor.

Si estás leyendo esto y algo dentro de ti se estremece, es porque aún hay esperanza.
No importa cuánto hayas caído, ni cuántas veces dijiste “ya no más” sin lograrlo.
Cada caída fue parte del camino que te trajo hasta aquí, hasta este instante donde todavía puedes decidir cambiar tu historia.

Pedir ayuda no es un final, es el principio del regreso a ti.
Y en ese regreso descubrirás algo que la adicción te robó: tu dignidad, tu luz, tu capacidad de amar.
No tienes que saber cómo hacerlo. No tienes que tener un plan. Solo tienes que dar el paso.

Porque la ayuda llega cuando uno decide abrir el corazón.
Y pedir ayuda, aunque duela, es el acto más valiente que un ser humano puede hacer por sí mismo.

SOMOS PROYECTO VYBE, y estamos para guiarte en este camino.